NEW YORK. A ratos, la República Dominicana se ve desde aquí como un gran circo, con todo y el mentalmente doblegado elefante de la conocida historia, aquel que provocó el asombro de un pequeño que vio que el gigantesco paquidermo permanecía inmóvil en un reducido espacio atado por sus dueños a una diminuta estaca.
No tengo que decir que en la visión del circo el elefante representa al dócil pueblo dominicano y ni hablar de quien es el dueño del circo y del elefante, además de ser la máxima estrella del espectáculo, un prestidigitador con varios sombreros presidenciales, de los cuales no saca nada sino todo lo contrario.
En otros momentos el país se ve como que sigue siendo muy especial: lo que allá se ve no se ve en ninguna otra parte, lo que le asocia con el concepto de espectacular. Bueno, de cualquiera forma que se le mire es válido, porque en la República Dominicana el espectáculo público es continuo, tan continuo que nada de lo que se pone en cartelera provoca asombro, por espectacular y escandaloso que pueda parecer a los públicos ubicados en otros escenarios, como el de los Estados Unidos.
Uno se entera de la normal puesta en escena allá de espectáculos que aquí acapararían la atención de toda la sociedad, con su consecuente desborde a niveles impredecibles.
Por ejemplo, es imposible que uno vea por aquí la presentación de un almuerzo organizado por el presidente Barack Omaba con grandes empresarios nacionales en la Casa Blanca para al final del mismo sorprenderlos pasándoles el cepillo para que dejen caer sus aportes para una entidad de su propiedad, así sea una fundación que efectivamente persiga el bienestar de todos los ciudadanos del país.
Allá el presidente Leonel Fernández llamó a su presencia al empresariado del país para que almorzaran con él y, después del barriga llena…, pasó el cepillo de la Fundación Global, y lo que más se resalta en la única crónica que pude leer sobre el tema es que el empresario Víctor Méndez Capellán al parecer estaba orejeado del asunto y sacó su chequera de dólares, que es la moneda oficial entre los pudientes, y de inmediato donó US$100,000.00.
En cartelera lleva meses la hipotética reelección presidencial y, aunque la constitución lo prohíbe, el presidente ni se molesta en decir que no está en ánimos de violarla. Razones tendrá: la duda de si va o no va le otorga ventajas personales extraordinarias. En torno a esto, particularmente pienso que si los empresarios que almorzaron con él hace algunos días en ese momento hubiesen tenido la certeza de que no forzará su reelección lo más probable que algunos se hubiesen encontrado alguna excusa para no asistir y otro hubiesen sido menos dadivosos.
Se sorprende uno de que Nuria pusiera en escena las millonarias obras montadas por funcionarios del gobierno en lugares paradisíacos del país para su solaz y esparcimiento. Y que los demás medios le negaran al público la oportunidad de deleitarse al ver esas monumentales mansiones que hacen parecer nuestras campiñas como europeas.
Y, finalmente, también extraña la intempestiva forma que se sacó de escena la miserable espectáculo de las intoxicaciones en el desayuno escolar, que llevaba años en el escenario. La decisión fue eliminar la leche. No hay culpable de nada, aunque se habló hasta de manos criminales y sabotaje. En el no más leche se resume la promesa presidencial de actuar sin contemplaciones en el asunto.
Nadie se extraño con la intempestiva e inesperada decisión, a la que sólo le faltó para redondearla que se culpara a los niños de intoxicarse por tomar algo que tenían el deber de rechazar.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones y se apiade de la República Dominicana.
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