lunes, 30 de noviembre de 2009

¿RD insegura o funcionarios cobardes?


NEW YORK. Es curioso, paradójico, contraproducente, un engaño y cualquier palabra que Usted quiera agregar que sintetice la fea y cotidiana costumbre que tienen las gentes que están en lo alto de decir a quienes están abajo lo contrario de lo que piensan, pintando con palabras lo que no pueden dibujar con sus hechos, algo que es equivalente a mentir.
Voy con un ejemplo: quienes en la República Dominicana pregonan con mayor contundencia y autoridad en torno a que mi New York chiquito, mi inolvidable batey, es un lugar seguro, ¡oh ironía!, son los mismos que, sin rubor, salen a diario a desmentir su propio pregón por calles, avenidas y carreteras, por las cuales se desplazan en medio del aparataje de resguardo que les acompaña 24/7. Y ni hablar de que viven en fortalezas muy bien custodiadas y equipadas con modernos sistemas de seguridad. Sus fincas y villas para el descanso ocasional también cuentan con protección de todo tipo, y lujo.
Cuando uno se topa con un funcionario -debo decir coincide, pues el resultado de un tope de cacharro a yipeta en un cruce de vías con cualquiera de ellos sería muy traumático- tiene que esperar, no importa si el verde del semáforo está en su favor, a que pasen el ministro y sus armados acompañantes, quienes siempre van como almas que se lleva... ése mismo que Usted está pensando.
En una coincidencia de esas, me pregunté: ‘¿el país es muy inseguro o los funcionarios son muy cobardes?’. Descarté esto último, de inmediato.
Y es que realmente nuestro país es inseguro, por más que se quiera tapar, porque los funcionarios son cualquier cosa menos cobardes. No pueden ser cobardes aquellos que a diario cargan para ellos con miles y miles de pesos ajenos y los exhiben arrogantes a la vista del dueño, conocido como Pueblo Dominicano.
Es claro que nos hablan mentiras con relación a que el país es seguro. Es malo que mientan, pues cualquier despistado que llegue allá creyendo en lo que se dice desde arriba se confía y lo guisan. Pero lo peor de la mentira que se pregona a voz en cuello es que mientras esto se hace, con gasto de recursos y tiempo, se deja a un lado el compromiso del gobierno para solucionar el problema. Leonel debe mandar a que se resuelva eso, parece que no se ha dado cuenta de que es una verdadera amenaza contra el tercer lugar que tenemos entre los países más alegres del mundo.
Además, a tenor con lo de la alegría, se pone muy en riesgo la posible titularidad de que allá esté viviendo el ciudadano más dichoso del mundo -puede que sea la ciudadana, no sé, no le conozco- que no sería otr@ que aquél, o aquélla, que no tenga un familiar o conocido de ahí ahí que no haya sido víctima de una ratería o un atraco en años recientes. Si Usted sabe quien es el más dichos@, dígamelo.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.

domingo, 22 de noviembre de 2009

NY chiquito y Haití gigante


¿Cuál ganará la carrera, el NY chiquito o el Haití gigante?

NEW YORK. Dando una vuelta por el llamado “polígono central” de la capital, poblado de torres de todos los tamaños, y después de observar las salidas de las estaciones del metro Villa Mella-La Feria, pensé: “Leonel está logrando su anunciado propósito de convertir esto en un New York chiquito”. Automáticamente, mi cabeza empezó a moverse de arriba abajo, en señal de callada convicción, aunque sin alegría porque –después de más de tres años anclado en el Bronx- me paniquió sentir allá la atmosfera similar al Alto Manhattan o el Sur del Bronx de los años 80.
Al mismo tiempo, me impresionó la gran cantidad de haitianos, los hombres con sus vestimentas de obreros y sus mujeres con harapos de pordioseras, trabajando o buscando qué hacer por todas partes los primeros y pidiendo las segundas en calles y avenidas para completar el salario familiar. Con asombro, pensé: “pero esto es un Haití gigante”, mi cabeza volvió a hacer lo mismo, también en señal de callada convicción.
Una cosa atrae a la otra, razoné. Varilla y cemento son miel para la mano de obra haitiana, aunque hiel para la dominicana que no acepta la paga irrisoria que ávidos atrapan nuestros vecinos del oeste de la isla.
¿Cuál de los dos alcanzará la plenitud más rápido el New York chiquito o el Haití gigante? Es inevitable la pregunta y previsible la respuesta, debido a que “sin los haitianos se paralizarían todas las obras del país”. Y las obras no se van a parar, al menos las de carácter político. No me atrevo a vaticinar el ganador de la carrera; déjeme saber si Usted se atreve.
Puede que las cosas en RD no hayan cambiado tanto en los años de mi ausencia, pero algo han cambiado y, además, cuando uno sale del país por un tiempo recobra la capacidad de asombro y regresa más sensible, no sé si para bien o para mal. Esto último lo digo porque la gente, después de aconsejar el infaltable “ten cuidado, que esto no está como cuando tú te fuiste”, sigue su curso sin aspaviento por tener que vivir todo el tiempo mosca, mejor dicho chiva, aún encerrada en su casa, protegida con rejas y novedosas, costosas y altas trincheras.
La inseguridad allá reedita al New York de los años 80, época en la que había que entrar con cuatro ojos a cualquier edificio, incluyendo el que nos servía de vivienda. En las décadas finales del siglo 20, viajar de New York a República Dominicana equivalía para quien lo hacía a librarse de los rateros al acecho para quitarle a cualquier desprevenido lo que tuviera encima.
Recuerdo que los usuarios de prendas en esa época andaban “pelados” en New York y cuando arrancaban para allá se las enganchaban todas. Ya no es así; ahora lo hacen al revés. La gente procede a guardar sus prendas cuando va para allá, con excepciones por supuesto.
Ni hablar de que viendo las informaciones que dan cuenta a diario de asesinatos, ajustes de cuentas, alijos de drogas y millones de dólares del narcotráfico incautados por la DNCD, en barrios pobres y en sectores popós, el parecido de Santo Domingo con el New York de finales del siglo pasado es mucho mayor, y muy lamentable.
Veinte años atrás nuestra gente decía: “estoy loc@ por irme para Santo Domingo, porque aquí no se puede vivir”. Ahora no son pocos los que al regresar de una estadía en RD se lamentan de que “allá no se puede vivir”.
Con relación a la pregunta del título, con la mente en frío se puede adelantar que los haitianos harán algo similar a lo que hicieron los dominicanos que vinieron por millares en la década de los 60 a trabajar en factorías. Lograron abrirse espacio para ellos -y para los que llegamos después- en Washington Heights e Inwood y terminamos como población mayoritaria de esos sectores, desde donde se expandió la presencia nuestra por todo el territorio de los Estados Unidos.
En comparación con los pioneros nuestros aquí en New York que se agruparon para ser dominantes en el Alto Manhattan, los haitianos tienen muchas ventajas, ya están esparcidos por todo el país, incidiendo en la agricultura y en los trabajos del sector turístico. No tienen que recibir visa, ni atravesar el mar sino cruzar un río moribundo. Y tienen su bastión comercial en “La Pequeña Haití”, en la capital. Es cuestión de tiempo y que se asimilen a nuestra cultura -como hacemos los dominicanos aquí- para que alcancen su plenitud y lleguen a ser mayoría en algún sector amplio e importante del Santo Domingo enrumbado hacia el New York chiquito.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.