martes, 16 de noviembre de 2010

La negación de la educación y el robo


NEW YORK.  ¿Cuánto tiempo hace que en la capital dominicana no se construye un plantel escolar público con los requerimientos mínimos para la educación integral? ¿Cuánto habrá crecido la población de Santo Domingo desde que se levantó el último edificio para alojar una escuela pública en la zona metropolitana?
Las preguntas vienen a cuento por lo mucho que se habla de la importancia de la educación, por los reclamos que se hacen para que se cumpla con la ley de entregar lo que le corresponde a la educación en el presupuesto nacional. Y las cosas siguen… empeorando.
En mi cabeza han estado dando vueltas esas interrogantes desde que me las disparó a quemarropa un buen amigo en una conversación acerca de la situación del país, de la delincuencia, el narcotráfico y todos esos males que son temas inevitables en cualquier reunión  entre quienes vivimos por estos predios y no terminamos de ajustar la mente en el aquí y el  ahora, porque nunca despejaremos el allá de nuestras raíces familiares y valiosas amistades.
Mi respuesta al amigo fue que no sabía. Honestamente no recuerdo la última ocasión en que se abrió un nuevo plantel público en la capital. Insisto en la palabra público porque planteles privados sí que se han levantado en los últimos tiempos y no paran de crecer. Los colegios se han alimentado extraordinariamente bien de la irresponsabilidad de los gobernantes que hemos tenido, que no sólo no han construido más escuelas sino que han permitido el deterioro casi absoluto  y la desaparición de otras que teníamos y que fueron modelos de buenas escuelas.
Pienso en mi antigua barriada de Villa Juana y sectores aledaños, donde el aumento de la población no cesa. No puedo precisar cuando se levantó por “Villajú” y sus entornos el último plantel escolar hecho por algún gobierno para responder a la población en aumento.  No recuerdo que se haya hecho nada significativo desde la década del 70 para acá.
Y se va mi pensamiento hasta la escuela República Dominicana, donde tanta carpeta di jugando voleibol y baloncesto, a principio de los 60, cuando la misma, lamentablemente, empezó a perder sus encantos originales poco a poco.
¡Qué escuela! Hablaré de sus instalaciones porque no tuve la suerte de ser alumno en la misma. Enclavada a dos cuadras de mi casa, ocupaba la manzana demarcada por las calles Peña Batlle, Francisco Villaespesa, Seibo y Marcos Adón, donde estaba el frente de la misma, detrás de un exuberante jardín.
Tenía esa escuela primaria, construida en la década del 50, auditorio, biblioteca, aula taller, gimnasio, dos canchas, una de ellas con luces -dije con luces, allí jugábamos en la noche-,  y hasta una piscina, sí una piscina. La última vez que pasé cerca de esa escuela se me encogió el corazón: su jardín de antaño devino en conuco.  La vi mutilada, me provocó horror.
Ahora pienso que su mutilación se corresponde exactamente con la mutilación que cada gobierno en su momento le ha hecho a la educación, porque si hay algo que en los gobernantes dominicanos han estado claros, si hay una política de estado -a parte de la del robo- a la que se le ha dado continuación in crescendo  al pie de la letra gobierno tras gobierno es a la de negarle la educación pública de calidad a la población.
Por eso ahora que miro hacia atrás recuerdo con mayor facilidad planteles que desaparecieron en la capital, tales como la escuela Cuba y  el liceo Argentina, y otras que la última vez que las vi eran feas caricaturas de lo que en principio fueron, como mi liceo Juan Pablo Duarte, las escuelas España, Chile, Perú, Fidel Ferrer, la Estados Unidos y otras.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones y se apiade de la República Dominicana.

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