viernes, 15 de enero de 2010

Tras el terremoto: en Haití se cumplirá la certeza “no hay mal que por bien no venga”


Real y efectivamente “no hay mal que por bien no venga”. El terrible terremoto que asoló al pueblo haitiano el pasado 12 de los corrientes obligó a que todas las miradas del mundo se posen en estos días sobre la vieja y miserable realidad de ese pueblo vecino y hermano del dominicano.
Mirar hacia Haití es algo que las grandes naciones han evitado con férrea determinación y sólo lo hacen de soslayo, cuando lo hacen, empezando por Francia, que fue la potencia que se encargó de cargar para su territorio con lo mejor y más valioso que tenía siglos atrás la parte oeste de la isla Española, cuando naciones europeas -España e Inglaterra, principalmente- vinieron a robarse impunemente las riquezas de esta parte del mundo.
El terremoto acabó con la vida de millares de los hermanos haitianos, arruinó físicamente a miles más; dejó a la capital, Puerto Príncipe, hecha prácticamente escombros. Hoy Haití está al descubierto, a la vista de todos sin tapujos; no es posible esconder por más tiempo que ese pueblo hace mucho que se convirtió en la ruina física de lo que una vez fue nación, la primera nación fundada por los esclavos negros traídos por los colonizadores a América.
Hoy todo el mundo conoce, con todas sus aristas, qué es lo que dos o tres grandes potencias del mundo han estado procurando que cargue por sí solo el pueblo dominicano. Ya conocen todos los pueblos del mundo que es imposible para la República Dominicana absorber, anexar a su presupuesto al pueblo vecino.
El terremoto vino a imponer, de manera forzosa, el inicio de la reconstrucción de Haití, vino a demostrar que con paños tibios de las “Naciones Unidas” el enfermo pueblo haitiano nunca se iba a recuperar. Vino a demostrar el terremoto del lunes que el enfermo amerita ser tratado hasta que se recupere en la sala de cuidados intensivos, la cual se le ha negado porque no tiene con qué pagarla. Ahora en los confines del mundo se sabe que al paciente hay que dejarlo interno, pues morirá si luego de atenderlo ahora en la sala de emergencias lo despachan a su suerte.
Ahí está parte del bien que trae el mal del sismo ocurrido. Si las potencias no se avocan a la reconstrucción de Haití, su maldad y doble moral tendrá otro punto más desde donde será evidente.
Otro bien conexo a esa tragedia es que la espontánea e inmediata reacción del pueblo dominicano para auxiliar a los hermanos vecinos es algo que sepultó, esperemos que para siempre, las maledicencias de quienes sostienen una aviesa campaña para vender la especie a una buena parte del mundo desinformado de que los dominicanos menospreciamos a los haitianos.
Es obvio que los dominicanos no olvidamos el mal recuerdo de que ancestros de los haitianos de hoy ejercieron dominio férreo sobre nuestros ancestros durante 22 largos años. Pero no olvidar no debe confundirse con menospreciar u odiar.
¿Los negros de todo el mundo echaron al olvido que los blancos los esclavizaron? No, es seguro que lo recuerdan, algunos con recelo, pero no por ello dejan de compartir la sociedad como lo impone estos tiempos.
“No hay mal que por bien no venga”. En Haití veremos, una vez más, que esa certeza se cumple por la voluntad de Dios.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.

martes, 5 de enero de 2010

¿“El valor de la vida” hará reflexionar a Leonel? ¡Ojalá!



NEW YORK. Leyendo el artículo “El valor de la vida”, escrito por Rafael Núñez y publicado por Diario Libre, en cuya redacción recibí el agrado de conocer a mi tocayo y colega, vinieron en fila india varios pensamientos sobre lo paradójica que es, precisamente, la vida; sobre la esperanza que nunca se debe perder y sobre lo importante que puede llegar a ser para el pueblo dominicano Rafaelito, si Leonel cambia de amo.
Lo de la paradoja es porque a un hombre como Núñez -quien tiene totalmente claro que lo más importante que todo ser humano tiene es “la vida” y que nadie ha podido jamás llevarse nada de lo atesorado en su tránsito terrenal- le ha tocado ganarse el sustento de los suyos como secretario de prensa de la Presidencia bajo el mando de un hombre esclavo del dinero, como lo es el Presidente Leonel Fernández.
Lo de la esperanza es porque teniendo Leonel a su lado a un hombre con los sentimientos y valores de Rafaelito existe la posibilidad, aunque sea remota, de que éste en algún momento influya en el ánimo del mandatario para que reflexione, para que recuerde que él (Leonel), como humano que es, no va a durar para siempre y que correrá la misma suerte que Tutankamón, quien murió y de nada les sirvieron sus tesoros (vistos por Núñez y Leonel en Egipto) para evitarle el viaje a la eternidad.
Digo que es remota la posibilidad porque Leonel está permanentemente bajo el látigo de cientos de “colaboradores” que lo azotan para que el Presidente les busque lo suyo, que no es poca cosa, pero a él ésto le complace. No obstante, roguemos para que el momento de Rafaelito haya llegado con el artículo que acabo de leer este 5 de enero de 2010, y que mediante el mismo Núñez sea reconocido por el pueblo dominicano, lo más pronto posible, como la persona que hizo recapacitar a Leonel.
Estoy claro en que a Leonel hay que empujarlo (propuse hace unos días que lo hiciéramos mostrándole La Biblia) para que deje de servir al dinero y le sirva a Dios, beneficiando con sus ejecutorias al pueblo que gobierna a su antojo.
Así lo expreso, porque soy un convencido de que en República Dominicana no se mueve una paja sin la anuencia de Leonel y de que están dadas todas las condiciones para que mantenga en sus manos los hilos del poder más allá de 2012.
Aquello de que “mientras él respire, que nadie aspire” que vociferaban con orgullo los reformistas y que Joaquín Balaguer no pudo cumplir, fácil puede cumplirlo Leonel, quien superó al fallecido caudillo en un combate virtual sobre el manejo perverso del estado. Ojalá que Leonel descarte esa posibilidad, a contrapelo de la voluntad de su amo actual y de la presión de sus azotadores.
Balaguer se fue para el más allá sin llevarse nada, sin hacer el gobierno que “soñó de niño”, aunque tuvo varias oportunidades, y, en cambio, dejó como legado la perversidad de la corrupción. Leonel está en la silla y lleno de un poder que puesto al servicio de Dios libraría en un santiamén al país del narcotráfico, el lavado de dinero, la violencia, la corrupción, el hambre, la insalubridad, el analfabetismo, los abusos. Ojalá que el legado de Leonel sea el establecimiento de una nación en los 48 mil kilómetros que el Poder Divino puso como paraíso en medio del mar Caribe y el océano Atlántico.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.