NEW YORK. La impresión dejada al mundo por Luiz Inácio Lula da Silva es que durante sus dos períodos al frente del gobierno del Brasil jamás se olvidó de su origen, no se convirtió en renegado. Por ello, una vez entregado el poder a su sucesora Dilma Rousseff, regresó con toda naturalidad al espacio que ocupó durante su tiempo como líder sindical, del cual salió para ponerse al frente de la gigantesca nación.
Volvió a su viejo apartamento en Sao Bernardo do Campo, donde durante la mañana dominical fue sorprendido por una multitud que reclamaba su presencia en el balcón de su vivienda. El ex mandatario se asomó a saludar a sus seguidores con una camiseta sin mangas y en pantalones cortos, tal y como estaba en el interior de su hogar, junto a su esposa Marisa Letícia.
Sin afectación, sin pose fingida, sin rictus, sin protocolo, sin saco, sin corbata, sin aspaviento, pero con la sonrisa franca y la satisfacción del deber cumplido levantó su mano a quienes vinieron desde lugares lejanos a tributarle reconocimiento, a rendirle honor horas después de haberse convertido en ex presidente de la República.
Lula dejó el poder, no es más el presidente, pero nadie se atreve a negar que ahora es el líder máximo de Brasil, con un 87% de las simpatías política en su favor. Llegó a la presidencia como líder del sector sindical y poco le faltó (sólo un 13%) para terminar como líder absoluto de todos los segmentos. Y, lo mejor de todo, como un líder genuino, pues sólo los líderes genuinos se someten a las leyes, se despojan de la ambición y son capaces de sacrificar sin regateos su liderato e intentan traspasarlo, dando paso al relevo.
Qué lección extraordinaria ha dado al mundo este auténtico líder con corazón de obrero. Lula no sólo es simpático al pueblo que le sirvió. Tiene admiradores en todas partes del mundo. Confieso que admiro a Lula, con todo y que me sentí muy mal con él, pues casi termino culpándolo, injustamente, por lo ocurrido durante una de las visitas de Leonel Fernández a Brasil.
Me refiero a la visita aquella en que Leonel fue a sentarse en la cabina de un avión Tucano para teatralizar y, al bajar de la misma, dar a un negocio con porcentajes calculados previamente la apariencia de casual y espontáneo, mediante el cual con una simple orden suya se comprometió a la República Dominicana en un gasto de 90 millones de dólares para adquirir los famosos aparatos que hoy están estacionados en San Isidro, en espera del 27 de febrero para hacer un par de rasantes.
Bueno, Usted ya se habrá preguntado: ¿Qué se trae un dominicano residente en New York escribiendo sobre Lula? Nada, es que como la esperanza es lo último que se pierde, y aunque Leonel hace rato que renegó de su origen, pienso que nada es imposible y que tal vez el feliz final presidencial de Lula anime al mandatario dominicano a desistir del propósito de violentarlo todo para reelegirse en 2012.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones. Y se apiade de la República Dominicana.
Me gusta con la sencillez y claridad que usted escribe Rafael, y ojala llueva cafe en el campo con Leonel Fernandez, pero hace tiempo ya que el olvido sus origenes humildes, solo el poder es la maravilla para ese caballero....
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