A nadie ya conquista con lo que dice, pero le sobra el dinero para comprar adherencia.
Ha logrado sueños de grandeza en todos los órdenes (con los pesos del estado ha pagado hasta encuentros en el país con artistas y deportistas que admiró en su adolescencia newyorkina), pero es insaciable.
No es confiable, pero no hay camaleón que le supere a la hora de mimetizarse aguardando el momento oportuno para atrapar.
No ha sido leal ni a la memoria del hombre que le entregó desinteresadamente el bastón de notoriedad y de relevo en el partido en el cual creció desde circulista.
Es un efectivo depredador. Dictador consumado en su partido -algo difícil de creer en el pasado reciente, dado el diseño basado en organismos y no en individuos con que fue creado- se siente animado a extender su dominio absoluto a el todo país.
Y razones les sobran para hacer el intento, frente a un país cuya mayoría de la población ya fue postrada irremisiblemente y la única capacidad que le queda es la de extender la mano para recibir una dádiva.
Un país con una clase política con dignidad cero, pero con apetencia de dinero 100, y esto, dinero, es lo que le sobra al depredador político más extraordinario que ha tenido República Dominicana, el hombre que se engulló al Partido Reformista que lo catapultó a la presidencia, quien le ha dado varios zarpazos al PRD, al cual le dará el mordisco mortal en la próxima convención que se supone que hará este partido.
El país tiene como conductor a un absolutista probado y comprado, pero vestido todavía por la prensa goebbeliana como un demócrata. Nadie confía ya en su palabra, pero la mayoría quiere del dinero que maneja por sacos. En el país sólo a una minoría que nada decide le queda la vergüenza que va siempre en contra del dinero mal habido.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones y se apiade de la República Dominicana.
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