NEW YORK. “Siempre creo, Rafa, que RLTM (Rafael Leonidas Trujillo Molina), igual que don Elito (Joaquín Balaguer), no han muerto todavía: tan sólo han hecho metástasis”. Dudo mucho que el mal político que padece el cuerpo social dominicano pueda conceptualizarse de una mejor manera que la lograda con esas 21 palabras que me entregó al comentar mi artículo anterior un amigo que tuve la suerte de conocer caminando en la ruta para encontrar a Jesús.
La corrupción de los cimientos morales de la sociedad lograda por los políticos es sencillamente devastadora. Inseguridad, narcotráfico, sicariato y robo son hoy sólidos pilares en los cuales se han afirmado bandas que proliferan por los cuatro puntos cardinales del país. Los bandoleros callejeros hacen lo suyo en los espacios que les dejan las bandas políticas que asolan las arcas del estado.
En efecto, la capacidad destructiva de la enfermedad política de la República Dominicana con la única que puede compararse es con la del cáncer del peor tipo, pidiéndole perdón al cáncer.
Todos conocemos lo que significa la palabra metástasis, el pánico que provoca entre familiares y amigos de un enfermo de cáncer cuando un médico la pronuncia, al mismo tiempo que genera un incremento de la solidaridad, cargada de oraciones, para tirar el resto en el intento de prolongar la vida del paciente.
Todos conocemos que República Dominicana está políticamente enferma desde hace tiempo. La recurrencia del cáncer de las dictaduras ha sido extraordinaria. Ahora Leonel Fernández resulta ser una metástasis de Trujillo y Balaguer. La impresión es que todo el mundo sabe de su deseo de eternizarse en el mando, pero sectores del poder tradicional por conveniencia no dan crédito al tema.
Además, aunque hay cierta preocupación de que la metástasis se desarrolle de aquí a 2012 y acabe por completo con el famélico cuerpo democrático criollo, todavía a quien habrá de ser el doliente principal del paciente, al pueblo dominicano, los medios comprometidos con Leonel y los millares de “comunicadores” pagados por el gobierno le bloquean el diagnóstico; entretienen al pueblo para evitar que entre en pánico reactivo y tire el resto a tiempo, al precio que sea, para cercenar el propósito dictatorial.
Es curioso, desde lejos uno observa el panorama completo y se crispa ante el extraordinario trabajo que están haciendo los medios y “comunicadores”, la nueva especie de vivos, también conocidos como bocinas, a quienes se les paga, en muchos casos sumas millonarias, para que comuniquen por TV, Radio, etc., lo que ordena Perversidad, la robusta criatura fruto del matrimonio entre el poder y la prensa.
Preocupa que la práctica del periodismo responsable y puro, el de investigación y denuncia, entrara en proceso de extinción de 2004 para acá. Quedan pocos periodistas que todavía lo enarbolan, ante quienes desde aquí me inclino reverente, porque son mujeres y hombres que han resistido de pie andanadas de tentadoras ofertas económicas, y presiones de todos los calibres.
Prueba de los pocos que quedan es que menos de 100 periodistas firmaron el documento de protesta por la intimidación pública lanzada por Héctor Rodríguez Pimentel a los patrocinadores del programa de Alicia Ortega, atrevimiento que devino en globo de ensayo para el gobierno, a la vez que en efectiva advertencia para todos los empresarios, quienes preferirán, para evitar problemas, poner su publicidad donde no le moleste al gobierno.
Duele saber que aquí Rodríguez Pimentel, con el prontuario que arrastra de su ejercicio en el servicio público, ya hubiese cumplido muchos años a la sombra con el título de ex funcionario y que allá, en cambio, es uno de los hombres claves del presidente.
Enervan tantas cosas…
Pero confío en que en algún momento el pueblo dominicano exclamará al Padre con las palabras del salmo 119:163: “Odio la mentira, no la soporto; pero amo tu enseñanza”. Así desaparecerán la inseguridad, el narcotráfico, el sicariato y el robo; la metástasis no prosperará y se podrá vivir en paz.
Por hoy, me voy, que Dios le llene de bendiciones y se apiade del país.
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