NEW YORK. Dicen que “la peor diligencia es la que no se hace”. Posiblemente esa premisa es la principal de las dos que han motivado a Hipólito Mejía a inscribirse en la carrera por la nominación presidencial del PRD en 2012.
La otra es la experiencia de haber llegado a la presidencia de la República; pero su condición de ex presidente en realidad es un fuerte handicap en su contra, por dos razones claves: Hipólito le quitó la solemnidad al cargo presidencial y fue un presidente timido, muy flojo. No es la corrupción que hubo en su gobierno lo que le impedirá volver; la corrupción no es impedimento para que alguien desplazado del poder regrese. Al contrario, propicia regresar y mantenerse, verbigracia: Joaquín Balaguer y Leonel Fernández.
Hipólito sigue siendo carismático, pues el carisma es inmanente a quien lo posee, así que nunca se pierde del todo. Esa cualidad, unida a su gran labor como secretario de Agricultura con hoja limpia de corrupción, fueron los activos personales que lo catapultaron hasta la presidencia del país en el año 2000. Claro que su éxito lo determinó la sorprendente, por ágil, corrupción de Leonel Fernández y su equipo.
Hay que recordar que durante la campaña de 2000 Hipólito fue virtualmente desnudado por sus rivales, quienes le pusieron ahí mismo el traje de “loco viejo”, mientras Danilo era el hombre tranquilo y Balaguer: Balaguer. Para cuando llegó el 16 de mayo hasta un mamando tenía conocimiento cabal de que él estaba lejos de ser un tipo ilustrado y con labia al estilo Leonel Fernández y mucho más lejos de ser un intelectual de la talla de Joaquín Balaguer. A la gente no le importó que era tosco y sin discurso, “loco viejo”, se conformó con que tras la implacable campaña en contra suya Hipólito tenía intacto el día del voto su perfil de funcionario público honrado, además de ser “El Guapo de Gurabo”.
El pueblo que en mayo de 1998 le dijo que no por primera vez a Leonel, ratificó el rechazo a su gestión en 2000.
Hipólito, hay que recalcarlo, fue presidente del país por la corrupción rampante que se dio en el primer gobierno de Leonel. Hay que recordar que a un mes de instalado el gobierno del PLD el subsecretario administrativo de la presidencia, Miguel Solano, alarmado, denunció que empezaban a darse prácticas corruptas en la administración peledeista. El funcionario fue sacado de circulación estando aún húmeda en los periódicos la tinta de los titulares sobre su denuncia.
Usted dirá que Hipólito tiene derecho a abrigar esperanza, porque la corrupción actual del gobierno de Leonel es superior a la de cualquier otro período de la historia del país -nadie lo niega, y los grandes medios la apañan- y que por esa razón Hipólito tiene derecho a abrigar alguna esperanza.
Hipólito y su gente pueden sentirse todo lo esperanzados que quieran, pero pienso que él y sus asesores no podrán lavar el pecado cometido por Hipólito de haberle quitado la solemnidad al cargo presidencial con su irreverencia inmanente, que en principio, justo es decirlo, era motivo de diversión para todos, pero dejó de serlo cuando el lío bancario acabó con la economía. Los dominicanos hemos tenido presidentes buenos y de cualquier calaña (ladrones, dictadores, perversos, iletrados); todos tuvieron algo en común, y es que respetaron el código clásico del poder: la solemnidad. Se preocuparon por ser solemnes o al menos aparentarlo, menos el atípico Hipólito.
En otro orden, unos cuantos recordamos la timidez de Hipólito advirtiendo que en su gobierno no se ventilaría al más alto nivel la corrupción de los gobiernos pasados. Tampoco hemos olvidado su flojera en el momento en que tenía que impedir, a cualquier precio, que masacraran a toda la población con la despiadada campaña mediática para provocar un alza descomunal del dólar. Hipólito sabía quienes estaban manipulando el mercado del dólar, quienes eran los voceros y creadores del pánico; tuvo miedo y nada hizo. No era “El guapo de Gurabo” na’.
Así que Hipólito puede ganar la convención de su partido, ellos son blancos y se entienden, pero hasta ahí llegará. Fuera de ese entorno su carencia de solemnidad pesa mucho más que su carisma, y sus groserías no aportan a la economía, así que entre quienes quitan y ponen tienen una tasa de rechazo mayor que la del narcotráfico y de la criminalidad en aumento. No es por corrupto, es por irreverente y flojo que Hipólito está descartado para volver a terciarse la ñoña. Pero, allá él con sus afanes.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones y se apiade del país.
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