NEW YORK. Cada vez leo y escucho con mayor frecuencia la frase “la figura del presidente de la República merece respeto”. El reclamo es propio de la adulonería y servilismo, aunque no descarto que uno que otro que use la expresión en verdad crea que el respeto es inmanente a la posición presidencial, cosa que no es así. El respeto no se merece, hay que ganárselo. El respeto se gana, y se pierde.
Veamos el caso del presidente Leonel Fernández. Nadie anduvo por ahí reclamando respeto para él en 1995. Él se había ganado el que tenía, y tanto tenía que llegó a la presidencia de República Dominicana en 1996 mediante una fórmula impensada para las grandes mayorías, pero que salió de la mente de quien era el genio titular de la perversidad política dominicana, Joaquín Balaguer, quien mezcló la traición al candidato de su partido con la renuncia de Leonel a los principios que decía sustentar, y presentó la pócima haciendo referencia, blasfemia es lo correcto decir, bíblica al nombrarla como “el nuevo camino”. Fue algo avieso aquello, pero el respeto que sentía parte del electorado por el entonces joven político peledeísta y el rechazo a la negrura de Peña Gómez propició que la mayoría del pueblo se tomara aquel brebaje.
Las cosas cambiaron desde entonces y, ante la pérdida de credibilidad sufrida por Leonel, hoy tenemos un amplísimo coro entonando plegarias de respeto para la figura del presidente, un respeto que en realidad poco le importa a un hombre ya curtido e inmerso -sin el menor deseo de tomar un respiro- en los manejos indecorosos del Estado.
Y no le importa porque él conoce perfectamente que no es con el respeto a la figura que se va a mantener mandando. Es accionando sin escrúpulos, como lo hace, los instrumentos del poder como va a seguir “pa’lante”, atropellando lo que encuentre a su paso, sin aspaviento por asuntos menores, como lo es regatear respeto cuando se disfruta del manejo sin controles de un estado rico, con un pueblo de ideales acribillados junto a Amín, Amaury y otros, y reducido a la categoría de votantes por una solidaridad en plástico de 300 pesos mensuales y recipientes de platos de comida en los finales de campaña.
En verdad la adulonería y el servilismo están pidiendo demasiado por su cuenta, cosa que no deja de ser peligrosa. ¿Qué tal si a Leonel, llevándose de ellos, le da por “someter a la obediencia” a quienes se conforman -como toda acción contra los abusos permanente de los gobernantes- con decir malas palabras en un medio? Nadie puede predecir lo que pasará si además de sufrir por la corrupción, los apagones y falta de agua a los inconformes los someten al silencio. Leonel sabe que las palabras descompuestas y los epítetos, merecidos muchos de ellos, son válvulas de escape que evitan que explote la olla que contiene el caldo que consumen sin más molestias los manejadores del poder.
No es político para Leonel reclamar un respeto que él dejó de usar y no le interesa en lo absoluto volver a usar, porque los hombres de respeto que fueron presidentes del país no tuvieron mandatos largos. Hay que reconocerlo, los gobernantes exitosos, en términos de permanencia en la silla, que ha tenido el país se ubican en dos grupos: corruptos y dictadores. Leonel, nadie discute eso, está ya entre los primeros, y da los pasos, mejor dicho caravanea, para lograr los controles necesarios en el congreso y ubicarse en 2012 “democráticamente” entre los segundos. Leonel quiere poder, quiere ser exitoso en la permanencia en el poder, él no precisa de respeto. La adulonería y el servilismo deben entender eso y no forzar tanto el mingo.
Por hoy, me voy.
Que Dios le llene de bendiciones.
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