sábado, 19 de diciembre de 2009

Sólo allá es posible: el juez Pichardo no habla y el senador Guerrero se apuñalea listado de narcos


NEW YORK. ¡Qué problema tenemos los dominicanos de la diáspora que nos hemos acostumbrado a estar pendientes de nuestro país y comparando el funcionamiento legal de las sociedades donde estamos residiendo con el manejo displicente de las normas que se hace allá!
Mi caso es patético. Mientras más me aconsejaba refugiarme en la apatía, más me apegué a la extenuante, apabullante, desmoralizante, abrumante, desconcertante costumbre que siempre termina sumiéndome en la tristeza y la impotencia, pues tengo que aceptar que no es posible hacer de la manteca mantequilla, aunque suenen parecido.
Ante la imposibilidad de dejar de pensar en esas cosas, “lo mejor que puedo hacer es escribirlas”, me dije hace poco. Empecé a hacerlo y ha sido lo mejor, pues así me libero de los pensamientos, me relajo un poco, y tal vez ayudo a que Usted, si le pasa lo mismo que a mí, también bote un chin el golpe.
Esa es mi esperanza, consciente de que soy -como la mayoría de mis compatriotas de la diáspora- un ser escindido: con presencia aquí y pensamiento allá. ¡Cuánta razón tenía la muchachita del “yo me fui, pero yo no me fui”, con rostro ingenuo, en el comercial de TV.
Es terrible, a veces pienso que la perniciosa costumbre es similar a estar dominado por un vicio, en mi caso realmente puedo afirmar que es peor, pues con esto sólo sufro. Recuerdo que en mis tiempos de fumador cada fumada era un placer, ¡qué cigarrillo era el Premier!; y en los tiempos en que empinaba el codo cotidianamente mis prendis, en gran mayoría, fueron alegres, bailados, sabrosos, gozados. Claro que me di muchos jumazos vergonzosos que quería olvidar, pero éstos, así son las cosas, son ahora los más importantes y significativos porque me hicieron reflexionar y empezar a alejarme del abismo, para terminar prometiéndole al Padre que no me daría un jumo más en mi vida. ¡Gracias a Dios!, estoy cumpliendo la promesa.
¡Sopla! Usted ve, me aparté del tema, pero me hizo bien la digresión. Es relajante reírse de los vicios dominados al mirar hacia atrás.
Pero, dígame Usted, cómo me relajo cuando leo que el juez Luciano Pichardo, quien dice que no es el momento oportuno para aclarar -en su caso con todas las de ley- que dos hijos suyos no están bajo investigación por actividades de narcotráficos, mientras permanece con la mayor tranquilidad como juez vicepresidente de la suprema corte de justicia (scj, así con minúscula, las mayúsculas le caen mejor a la Corte de Trespatines, que todavía hace reir). Cómo me relajo al leer que el senador Wilton Guerrero se apuñaleada a la franca la lista donde figuran civiles y militares de alto rango que son miembros de la red del narcotraficante José Figueroa Agosto.
Aquí -un país donde por cuernear a su mujer vimos hace poco que el gobernador de New York tuvo que renunciar de su cargo, que no es poca cosa -sólo hay que pensar que el sueño del Presidente Fernández es convertir el país en un New York Chiquito-, donde candidatos presidenciales abandonaron la competencia al momento que lo identificaron como cuerneros y donde, por el mismo asunto, Bill Clinton estuvo a un tris de ser cancelado como Presidente- en este country Luciano Pichardo hace rato que fuera historia, pues él se hubiese ido con dignidad o lo ayudaban a irse para su casa cuando uno de sus hijos se vio envuelto en el contrabando de más de medio millón de dólares, descubiertos por las autoridades dominicanas al llegar desde Puerto Rico en una avioneta cuya propiedad es atribuida al hijo del juez de marras.
Allá Luciano todavía está en la scj y el presidente de la misma, Jorge Subero, lo respalda con el silencio que considera oportuno, porque, una de dos: el asunto se diluye por sí solo en el interés de la gente o le encuentran una vuelta para diluirlo.
Aquí, en este country, hace rato que el congreso hubiese llamado a declararlo todo a cualquiera de sus miembros que diga a la prensa que tiene en sus manos una lista con civiles y jerarcas militares asociados a una red de narcotráfico. Es más, pienso que un congresista de aquí hubiese entregado la lista al Congreso antes de hablar con la prensa. Allá Wilton se da el lujo de esgrimir su puñal, de blandir el listado, sin abrirlo y sin que nadie ose forzarlo para que lo haga. Y con desaliento uno se pregunta: ¿No hay deseo allá de atrapar a los civiles notables y los jerarcas militares metidos en el narcotráfico que conoce Wilton? ¿Se conformarán allá con seguir recolectando paquetes de drogas por todo el país, en lugar de atrapar a los importadores?
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.

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