NEW YORK. Todos sabemos que la peor enfermedad psíquica es el miedo. Y que, desde el plano material, lo más difícil de hacer es no pensar con un dejo o con gran inquietud en el futuro. Todo al revés de lo que ocurre desde el punto de vista espiritual.
Quien empieza a trillar los caminos de la espiritualidad lo primero que pierde es el miedo, incluso a la muerte terrenal.
Y por Jesús, Juan y Pablo sabemos que espiritualmente -desde el plano de genuino bienestar espiritual- el futuro se llega a ver tan claro como el presente y no presenta interrogantes, no preocupa, no inquieta. Al contrario, cuando a ellos les tocó sufrir los tormentos de su presente alcanzaron la paz pensando en la eternidad que les aguardaba.
En cambio, a través de los ricos podemos ver que por más dinero que alguien pueda llegar a acumular -y por más poder que llegue a tener- el miedo al futuro siempre le acompaña.
Así es porque el dinero y el poder enferman de temor a tener menos. No hay rico inmune a ese síndrome, que ataca con mayor virulencia a quienes de manera espuria y violenta saltan en un santiamén de la indigencia a la abundancia. A éstos no es temor lo que los invade: es pánico, un terror que anula sus sentidos y sentimientos, y terminan totalmente corrompidos, deshumanizados.
Sólo hay que mirar hacia los políticos que llegan pobres al poder. Una vez que empiezan a coger, nunca lo dejan de hacer: el frenesí de jamás tener menos no les da respiro. Hacen y deshacen lo que sea y como sea, con tal de no perder un ápice de lo que han empuñado a la mala, violentándolo todo. Para ellos no hay leyes sociales y mucho menos divinas.
Aunque su mal tiene cura, a lo que menos ellos aspiran es a curarse. Por eso hacen todos los rejuegos posibles para mantenerse en el poder, se asocian con la maldad de todo género, desde narcotráfico y sicariato para abajo, con el férreo propósito de controlar el gobierno, la fuente de sus bienes materiales, por los cuales lo arriesgan todo, convencidos como lucen de que su riqueza y poder es más que el cielo.
Ellos, salvando diferencias, hacen recordar al joven rico que se acercó a Jesús, interesado en saber cómo podía ganar la eternidad. Jesús le explicó que obedeciera los mandamientos: “no mates, no cometas adulterio, no robes, no digas mentiras, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo”, Mateo 19:18-19.
-“Todo eso ya lo he cumplido”, afirmó el joven.
Jesús entonces le dijo que si quería ser perfecto que vendiera todo lo que tenía, diera todo a los pobres y que lo siguiera para que tuviera el tesoro del cielo. Al escuchar esto, el joven se marchó triste porque era muy rico y no quería despojarse de su riqueza, la que, obviamente, consideraba más importante que la salvación eterna.
Las diferencias entre el joven y los políticos son que éstos no han cumplido un solo mandamiento y en lugar de marcharse luchan por quedarse, enfermos con terror a tener menos.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones y se apiade de la República Dominicana.
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