domingo, 22 de noviembre de 2009

NY chiquito y Haití gigante


¿Cuál ganará la carrera, el NY chiquito o el Haití gigante?

NEW YORK. Dando una vuelta por el llamado “polígono central” de la capital, poblado de torres de todos los tamaños, y después de observar las salidas de las estaciones del metro Villa Mella-La Feria, pensé: “Leonel está logrando su anunciado propósito de convertir esto en un New York chiquito”. Automáticamente, mi cabeza empezó a moverse de arriba abajo, en señal de callada convicción, aunque sin alegría porque –después de más de tres años anclado en el Bronx- me paniquió sentir allá la atmosfera similar al Alto Manhattan o el Sur del Bronx de los años 80.
Al mismo tiempo, me impresionó la gran cantidad de haitianos, los hombres con sus vestimentas de obreros y sus mujeres con harapos de pordioseras, trabajando o buscando qué hacer por todas partes los primeros y pidiendo las segundas en calles y avenidas para completar el salario familiar. Con asombro, pensé: “pero esto es un Haití gigante”, mi cabeza volvió a hacer lo mismo, también en señal de callada convicción.
Una cosa atrae a la otra, razoné. Varilla y cemento son miel para la mano de obra haitiana, aunque hiel para la dominicana que no acepta la paga irrisoria que ávidos atrapan nuestros vecinos del oeste de la isla.
¿Cuál de los dos alcanzará la plenitud más rápido el New York chiquito o el Haití gigante? Es inevitable la pregunta y previsible la respuesta, debido a que “sin los haitianos se paralizarían todas las obras del país”. Y las obras no se van a parar, al menos las de carácter político. No me atrevo a vaticinar el ganador de la carrera; déjeme saber si Usted se atreve.
Puede que las cosas en RD no hayan cambiado tanto en los años de mi ausencia, pero algo han cambiado y, además, cuando uno sale del país por un tiempo recobra la capacidad de asombro y regresa más sensible, no sé si para bien o para mal. Esto último lo digo porque la gente, después de aconsejar el infaltable “ten cuidado, que esto no está como cuando tú te fuiste”, sigue su curso sin aspaviento por tener que vivir todo el tiempo mosca, mejor dicho chiva, aún encerrada en su casa, protegida con rejas y novedosas, costosas y altas trincheras.
La inseguridad allá reedita al New York de los años 80, época en la que había que entrar con cuatro ojos a cualquier edificio, incluyendo el que nos servía de vivienda. En las décadas finales del siglo 20, viajar de New York a República Dominicana equivalía para quien lo hacía a librarse de los rateros al acecho para quitarle a cualquier desprevenido lo que tuviera encima.
Recuerdo que los usuarios de prendas en esa época andaban “pelados” en New York y cuando arrancaban para allá se las enganchaban todas. Ya no es así; ahora lo hacen al revés. La gente procede a guardar sus prendas cuando va para allá, con excepciones por supuesto.
Ni hablar de que viendo las informaciones que dan cuenta a diario de asesinatos, ajustes de cuentas, alijos de drogas y millones de dólares del narcotráfico incautados por la DNCD, en barrios pobres y en sectores popós, el parecido de Santo Domingo con el New York de finales del siglo pasado es mucho mayor, y muy lamentable.
Veinte años atrás nuestra gente decía: “estoy loc@ por irme para Santo Domingo, porque aquí no se puede vivir”. Ahora no son pocos los que al regresar de una estadía en RD se lamentan de que “allá no se puede vivir”.
Con relación a la pregunta del título, con la mente en frío se puede adelantar que los haitianos harán algo similar a lo que hicieron los dominicanos que vinieron por millares en la década de los 60 a trabajar en factorías. Lograron abrirse espacio para ellos -y para los que llegamos después- en Washington Heights e Inwood y terminamos como población mayoritaria de esos sectores, desde donde se expandió la presencia nuestra por todo el territorio de los Estados Unidos.
En comparación con los pioneros nuestros aquí en New York que se agruparon para ser dominantes en el Alto Manhattan, los haitianos tienen muchas ventajas, ya están esparcidos por todo el país, incidiendo en la agricultura y en los trabajos del sector turístico. No tienen que recibir visa, ni atravesar el mar sino cruzar un río moribundo. Y tienen su bastión comercial en “La Pequeña Haití”, en la capital. Es cuestión de tiempo y que se asimilen a nuestra cultura -como hacemos los dominicanos aquí- para que alcancen su plenitud y lleguen a ser mayoría en algún sector amplio e importante del Santo Domingo enrumbado hacia el New York chiquito.
Por hoy, me voy. Que Dios le llene de bendiciones.

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